Santo Tomás es un pueblo del Atlántico. Un pueblo más bien pujante y grande. Se volvió famoso porque en sus calles polvorientas, por la época de Semana santa, los penitentes se flagelan la carne con látigos de acero. Lo que no saben los colombianos es que Santo Tomás, tirado en un recodo de la carretera que sale de Barranquilla, es un refugio de poetas románticos que recitan sus versos a las seis de la tarde, y de lideres revolucionarios, como el inolvidable coronel, que acaudilló a los obreros, hace sesenta años, durante la matanza bananera en la estación del ferrocarril de Ciénaga.
Ahora estoy sentado en una terraza. El sol, blanco y redondo, es más implacable que el fuerte de los pecadores. Desfila por la avenida, como una serpiente loca, la muchedumbre del carnaval. La gran mascarada. Pueblos cercanos, veredas, caseríos, aldeas y rancherías de toda la región se van congregando en Santo Tomás para el festejo. Aquí están las reinas campesinas y los payasos con sus zancos, el saltinbamqui y la cumbiamba, la papayera pobre con su clarinete roto, el borracho sudoroso con la cara pintada de blanco y la muchacha bonita, el burro sin dueño que se espanta las moscas con las orejas y mira con cara de filosofía el frenesí de los seres humanos.
Los colores estallan como un cohete bajo el estrépito de la música. El rojo encendido de una pollera que revolotea. El verde hiriente de las camisolas. El azul electrico del raboegallo. La visión fugaz de un muslo que tiembla al pie de una tambora. Y el ingenio incomparable de estos orates.
¡Esa sí es hambre!
Aparece una comparsa a cuya cabeza desfila un helicoptero hecho con trapos, pedazos de cartón y alambre. En el fuselaje, con grandes letras burdas, tiene una leyenda: "Fuerza Ambrienta de Colombia, FAC". Pienso, para mí mi propio mal, que la ortografía y el carnaval son compatibles, y le digo al capitán del helicóptero, a gritos:
-¡hambre se escribe con "h"!
Él me mira con lástima y se ríe. Me responde al oído -lo que pasa es que teníamos tanta hambre que nos comimos la "h"...
y quedó como un pendejo, callado en medio de su risotada porque nadie me manda a meterme en lo que no me importa.
Desfila luego la carroza de cada municipio, adornada con plantas y flores de la propia tierra: una penca de ñame, una hoja de platano, una yuca rucha. En lo más alto se ve la candidata respectiva, muchachas bellas, olorosas a rosa de monte y agua de acequia. Detrás, en medio del bullicio, del torbellino, en medio del remolino y el descojone, la danza loca, la cumbiamba inmortal, el tambor incendiario. Veo otro disfraz: una cauchera gigantesca, como de tres metros, cargada por varios hombres y con una roca prehistórica en el disparador. El nombre que le han puesto es sublime se llama "la matasuegra".
Es entonces cuando aparece, radiante de dicha y ahíta de ron, la papayera. Es tan humilde que la trompeta está cubierta con un pedazo de toalla para evitar que el aire se le salga por las grietas. Suena en el viento el porro viejo de San Pelayo y uno siente que se le hiela la sangre. La hembra que suda, la marimonda que hace cabriolas, el baile de torito. La flauta de millo que hiere la tarde con su canto de gallo.
Y la elegancia de los modistos de París que se va para la mierda, junto con la lógica, cuando aparece la reina de Malambo, una mulata espléndida, vestida de lentejuelas amarillas y con medias de lana, a la cuatro de la tarde, bajo este sol que trepida en los caballetes del zinc. Los pollerines color candela de las bailadoras abanicando el aire hirviente de la avenida, bajo los estandartes y gallerdetes de cada comparsa. La Mona Olaya, incansable, estremeciendo la cumbia a su paso. El gentío a lado de la calle.
A paso de tortuga paleolítica
Hay un botella sin dueño que pasa de boca en boca. En ese momento pienso que se trata de una visión alcohólica, irreal, pero es verdad: una tortuga paleolítica, verde y negra, desfila ante nosotros empujada por la delegación de puerto Colombia. Son animales que no existen en la creación, como ese mitológico pájaro amarillo, la única ave de mundo que tiene manos de gente. Todo eso es posible porque aquí, en este callejón bordeado de platanales y bungavillas, lo único más implacable que el sol es la imaginación.
Y cuando ya uno siente, mijita, que el ron se le está subiendo a la cabeza como un alacrán, aparece en la otra esquina, único y magistral, insuperable, símbolo de todas las maravillas, el Congo Grande con su explosión de colores y pedacitos de espejo, con sus gafas oscuras y su gorro imponente.
Gracias, Manuel Gaspar, por invitarme de jurado al carnaval de Santo Tomás. Fue como hacer un viaje de espaldas, en reversa, hacia el manantial donde nace la sangre de uno. Fue volver a encontrar el origen de la emoción. Como descubrir, otra vez, ese lado del corazón que se parece a una península, porque está rodeado de arterias por todas partes, menos por donde se une a la tierra de uno.
Lástima que según las crónicas de su época Santo Tomás, el patrono del pueblo, el gran filosofo de la iglesia, detestaba el carnaval porque la cumbiamba le parecía poco seria...
TALLER DE COMPRENSIÓN
Cada estudiante deberá elaborar el taller en su cuaderno y la socialización se realizará en clase
1. ¿Qué hecho se narra en la crónica? ¿Dónde sucede?
2. ¿Qué aspectos te llaman la atención entre los descritos en esta crónica?
3. Describe "La Matasuegra". Explica su intención humorística.
4. ¿Cuál es la ironía que se muestra en el último párrafo?
5. ¿Por qué el narrador se siente parte de la fiesta?
6. Transcribe un fragmento del texto en el que encuentres cada uno de los siguientes elementos de la crónica presentes en el texto. (Narración, descripción, lenguaje literario, intención crítica)
7. Explica cómo resalta el autor los siguientes valores: La identidad cultural, las costumbres típicas, el lenguaje y las expresiones locales.
Realizado por: Fernanda Suárez
Realizado por: Fernanda Suárez
¡GERSSIA!
ResponderEliminarMe limpio el culo con gerssia!
ResponderEliminarPasen pack
ResponderEliminarhumildemente ajskajskjas
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